En el siglo XVIII, dentro de las cinco definiciones de esta palabra, en una de ellas se decía que era el que hurta y roba alguna cosa. Y así se ha mantenido hasta la fecha solo que queda reducida al «que hurta o roba». De hecho, durante este lapso se ha utilizado muchas veces para el título de obras de teatro como «Los ladrones somos gente honrada» de Enrique Jardiel Poncela, estrenada en el Teatro de la Comedia de Madrid, el 25 de abril de 1941. También el ladrón o los ladrones han sido protagonistas de películas como «Rififi» de 1945 que fue premiada en Cannes y, años después la italiana «Rufufu» de 1958, con un reparto de primera línea con Vittorio Gasman, Marcello Mastroianni, Totó, Renato Salvatore y Claudia Cardinale. Pero, hay una cinta que cada vez que la visiono me entusiasma. Me refiero a aquella de 1948 dirigida por Vittorio de Sica, que inmejorablemente protagonizó el niño Enzo Staiola, titulada «Ladrón de bicicletas», rodada en aquella Roma después de la Segunda Guerra Mundial.

En esos años era un medio de locomoción generalizado, al igual que lo era involuntariamente para los pasajeros que iban dentro de los féretros hacia el cementerio que, por cierto, ya narraba en mis «Capítulos de nuestra historia», dedicado a la «grippe» de 1918, en que fue robado un ataúd. Así mismo, en ese mismo año hubo un intento de robo de un caballo propiedad del médico Antonio García Mira, el 13 de abril, que tenía en una cuadra de la calle Espaldas de Santa Lucía, en Orihuela. En este caso el ladrón sería un cuatrero, que no pensemos que se refiere con este nombre al lejano Oeste de las películas, ya que Don Quijote, al preguntar a un guardia que vigilaba a una columna de galeotes, cuál era el delito de uno de ellos, le respondió que era un cuatrero «que es ser ladrón de bestias». En otros artículos anteriores he informado sobre otros robos, algunos sacrílegos, como el que se llevó a cabo en 1934, con la sustracción de las joyas que portaba la Patrona Ntra. Sra. de Monserrate.

Una buena fecha para que los «cacos» cometieran sus fechorías era el 17 de julio, «Día del Pájaro». Recordemos que, en 1916, en el estanco de la calle Alfonso XIII, un joven aprovechando que estaban comiendo sus propietarios, sustrajo del cajón, 1,60 pesetas. Dos años antes, en la calle de la Feria, en la joyería de la viuda de Francisco Correa se llevó a cabo un importante robo de alhajas de gran valor a primeras horas de la mañana. Los ladrones habían accedido por la noche aprovechando que la familia estaba fuera de su domicilio. Una vez conseguido su botín, accedieron a la calle forzando el candado de la puerta. Pero, los amigos de lo ajeno, no debían de ser muy profesionales ya que no se percataron que en un cajón habían 1.500 pesetas y guardadas en un armario las joyas de más valor.

Otra fecha propicia para efectuar estas fechorías eran las de la canícula, aprovechando el veraneo de los propietarios y sus familias en el campo o en Torrevieja. Así, el 8 de agosto de 1929, el perjudicado fue el sacerdote José Abril que con sus hermanos se encontraban en la villa de la sal, al cual se le sustrajo 60 duros del cajón de su mesa escritorio. En ese mismo mes, tres días después, tras haber leído la noticia en la prensa Joaquín Gálvez Gálvez, que se encontraba en la misma localidad, ante el temor de que en su domicilio en la calle Calderón de la Barca, nº 25 se hubiera producido algún robo, se desplazó a Orihuela y comprobó al acceder al mismo que estaban las ropas por los suelos, las cerraduras de los muebles forzadas y que le faltaba dinero y alhajas, importando todo una 2.755 pesetas.

Sin embargo, no siempre el allanamiento del domicilio tenía como objetivo un robo. Así sucedió en la noche del 16 de julio de 1916 en la calle Cedaceros nº 5, en la que vivía una viuda con sus hijos, cuando un individuo apodado «Valdiri» accedió a la casa por la ventana del cuarto de la hija. Al percatarse su hermano pidió auxilio a la autoridad, siendo el intruso detenido. Éste declaró que no había entrado a robar «sino para darse una ración de vista». Es decir: a «pestañea», que sería como hurtar el honor de la doncella, salvo que fuera con aceptación de la misma.