En la lucha contra la COVID-19 nuestro país lo hizo catastróficamente mal. Los datos no pueden ser más demoledores. Según las cifras oficiales del Ministerio de Sanidad somos el tercer país del mundo con más muertos de COVID-19 por número de habitantes (91 muertos por cada 100.000 habitantes), tan solo superados por Bélgica y por Perú.

Pero si utilizamos las estimaciones del INE, mucho más realistas que las del Ministerio de Sanidad (123 muertos por 100.000 habitantes), entonces pasamos al segundo puesto mundial muy cerca de empatar con los belgas.

En algunas comunidades autónomas la situación es todavía más catastrófica. Así los datos oficiales de la Comunidad de Madrid (168 muertos por 100.000) la convierten en uno de los lugares más peligrosos del mundo para haber pasado la pandemia del coronavirus. Difícilmente se pudo hacer peor.

Cuando se desató la pandemia empezamos haciéndolo fatal. Alentados por las necias palabras de Fernando Simón muchos quisieron creer que en nuestro país "casi no se darían casos de COVID-19" y en el caso de que se dieran teníamos "la mejor sanidad del mundo" para hacerle frente "sin mayor problema".

Se tomaron medidas demasiado tarde y para evitar una catástrofe colosal tuvimos que sufrir un confinamiento radical. Tras un enorme sacrificio conseguimos "doblegar la curva".

Pero cuando empezábamos a conseguirlo, tiramos todo por la borda con una desescalada extremadamente rápida de cara al verano, hecha sin la suficiente preparación en rastreadores y detección precoz (PCR, test de antígenos), que propició que se desatase la segunda oleada que aún padecemos.

Ahora muchos especialistas temen que en estas Navidades cometeremos el tercer gran error. La relajación de las medidas de contención del coronavirus de cara a las fiestas podría propiciar una tercera oleada de COVID-19 a principios del próximo año.

Las fiestas navideñas son algo esencial en la cohesión social y familiar. Es evidente que pasar las Navidades confinados sin ver a nuestros seres queridos es una carga excepcionalmente gravosa. Pero existen estrategias que permiten, dentro de un orden, maximizar los encuentros sociales minimizando el riesgo de contagio.

Lo que hay que saber antes de actuar

Para entender esto conviene recordar 3 cosas: En primer lugar, situar en su justa medida la importancia real de la COVID-19. La mayoría de los expertos, y en particular el personal de las ucis, coinciden en que se ocultó la gravedad de la pandemia. La situación fue tan dura que durante la primera ola con los hospitales saturados se tomaron decisiones "de tiempos de guerra". En miles de casos se resolvió sobre la marcha quien debería tener una oportunidad de vivir y quien no. No hubo recursos sanitarios para todos.

Pero esta situación tan crítica trascendió muy poco. Se minimizó hasta extremos insospechados la gravedad de la situación. Apenas se vieron imágenes de la gente muriendo sola en ucis saturadas.

Hay una comparación que nos puede ayudar a darnos cuenta de la crudeza de la realidad de la COVID-19.

Buena parte de los historiadores coinciden en que la 'Batalla del Ebro', librada durante la guerra civil española entre julio y noviembre de 1938, fue la batalla en la que más combatientes participaron, la más larga y la más sangrienta de todas las que tuvieron lugar en la larga historia de nuestro país. Sin embargo, el número de muertos por COVID-19 en España (más de 58.000 personas) es más del triple que el número de muertos total de los 2 bandos en la batalla del Ebro (alrededor de 16.500).

Imaginemos que hoy en día se produjesen 3 batallas como las del Ebro en España. Lo consideraríamos una catástrofe colosal. Lo peor que nos ha pasado en la historia. Eso es, ni más ni menos, lo que representa en vidas humanas la COVID-19 en nuestro país hasta el momento. Desafortunadamente aún fallecerá mucha gente.

En segundo lugar, conviene tener en cuenta que la epidemiología demuestra que en una enfermedad respiratoria infecciosa como la COVID-19 la velocidad de contagio es muy rápida si se relajan las medidas cuando aún hay suficiente cantidad de contagios. Por el contrario, la mayoría de las medidas de aislamiento social (como cierres de la hostelería y turismo, cuarentenas, etc.) incluso cuando son muy rigurosas solo consiguen ir bajando los contagios muy lentamente.

La cinética de los contagios cuando se relajan las medidas de distanciamiento social recuerda al comportamiento de un coche de fórmula 1. Acelera extremadamente rápido. Por el contrario, la reducción de los contagios cuando se aplican medidas de confinamiento social rigurosas se parece a un pesado tren de mercancías. Solo puede frenar muy poco a poco.

No nos engañemos. Relajar las medidas de distanciamiento social, aunque sea unos cuantos días, implicaría un gran crecimiento en el número de contagios. Para reducirlo necesitaríamos estar muchísimo más tiempo con restricciones.

¿Cómo se producen los contagios?

En tercer lugar, pero seguramente lo más importante, no debemos olvidar que a menudo tenemos una imagen falsa de cómo se producen los contagios. La mayoría de la gente imagina que un contagiado transmite la enfermedad a otras 2 o 3 personas. Hay muchas personas implicadas cada una de ellas en pocos contagios. Pero en realidad no es así.

Cada vez se acumulan más evidencias de que el coronavirus se contagia principalmente de manera "explosiva" debido a muy pocos infectados que transmiten el virus a un gran número de personas. Son los supercontagiadores.

Los eventos supercontagiadores se producen mediante una exposición continuada a aerosoles en espacios cerrados, con mala ventilación, abarrotados de personas que hablan, cantan o gritan, tal y como ocurre en un bar o una discoteca, y por desgracia también en una celebración familiar navideña.

Los datos son demoledores. Menos de un 10% de supercontagiadores han infectado a más del 80% de los casos totales de COVID-19 del mundo.

Conviene averiguar quiénes son esos supercontagiadores. Existe una propensión biológica. Algunas personas eliminan una mayor carga viral que otras y lo hacen durante más tiempo. Pero, sobre todo, los supercontagiadores lo son principalmente por causas sociales. Son esas personas que incurren en un mayor número de conductas de riesgo de contagio.

¿Cómo podemos disfrutar de la Navidad?

No debemos olvidar que es como si estuviésemos en guerra en plena batalla del Ebro. Podremos hacer algunas cosas, pero tendremos que renunciar a otras muchas. Tampoco podemos olvidar que por cada día "sin control" que pasemos nos tocará estar cuatro o cinco con medidas de confinamiento bastante rigurosas para volver a bajar la curva.

Incluso deberíamos tener en cuenta que nuestras autoridades centrales y autonómicas han fracasado completamente en la gestión de la COVID-19 por su tardanza en adoptar medidas y por lo escaso de estas medidas. Ser el segundo país del mundo con más muertes por habitante y tener la comunidad autónoma de más muertos por habitante ratifican rigurosamente esta afirmación. Y no hay evidencia alguna que nos haga suponer que para Navidades nuestras autoridades vayan a mejorar en la gestión.

Por tanto, pensemos en que cumplir a rajatabla las limitaciones de la administración puede no ser suficiente. Además de seguir tales medidas debemos adoptar una estrategia de prevención múltiple auto-gestionada inteligentemente por nosotros mismos.

¿Qué podemos hacer para unas Navidades seguras?

Lo primero es que no debe haber sitio en nuestras reuniones familiares para los supercontagiadores. Solo con hacer esto reduciríamos en más de un 80% los contagios.

En las familias la gente se conoce. Es fácil saber quién mantiene conductas de riesgo. Los que frecuentan bares, discotecas, botellones, fiestas clandestinas, etc. solo deberían acceder a las reuniones familiares tras un test reciente que asegure que no está contagiado. Se pide un PCR de las últimas horas antes de poder viajar en avión a muchos países. Hagamos lo mismo con quienes tengamos la sospecha. Saldrá mucho más barato pagar unos cuantos PCR que ver enfermar, y desgraciadamente fallecer, a varios miembros de una misma familia.

Segundo, ante circunstancias tan excepcionales como las que estamos sufriendo, debemos reducir al máximo posible el número de fiestas. Si limitamos los asistentes a las reuniones familiares y si limitamos estas reuniones, renunciando a algunas de ellas, habremos ganado mucho.

Tercero, debemos tener las reuniones familiares lo más seguras posible. Una familia estará mucho mejor reunida en una casa que en un establecimiento hostelero. Por más que se respeten las limitaciones de aforos y horarios, los bares, restaurantes, salas de fiesta, etc. siguen siendo lugares muchísimo más peligrosos que los hogares.

Por supuesto cuando alguien tenga cualquier síntoma compatible con la COVID-19 debe abstenerse de asistir a una reunión familiar hasta que tenga una PCR negativa.

Seamos sensatos, limitémonos en lo que podamos, siempre que sea posible hagámonos test antes de las reuniones y, sobre todo impidamos la asistencia sin un test PCR reciente a esos familiares cuya peligrosa vida social los convierte en potenciales supercontagiadores.

Para los demás puede ser suficiente hacerse un test de antígenos, que es fiable, rápido, más fácil de hacer y también más asequible. Porque a diferencia de los 100 euros de la PCR, el de antígenos nos lo pueden hacer por algo menos de 30 euros. Incluso algunas sociedades médicas y ayuntamientos lo están haciendo gratis. Luego, la prueba nos lleva unos segundos y en unos 15 minutos tenemos el resultado necesario para meternos en casa con los abuelos, hermanos, tíos, primos, nietos... con garantías.

Lo que no podemos es confiar en que nos resuelvan este problema las vacunas. Y aunque hay buenas noticias sobre sus avances, no van a llegar a tiempo para que podamos disfrutar de unas Navidades normales.

Recordemos que podremos ganar la guerra a la COVID-19 cuando en España unos 35 millones de personas estén protegidos por la vacuna. Esto ocurre unos 15 días después de que se les administre la segunda dosis. No va a ocurrir antes de esta Navidad.

Por favor: comportémonos de forma que para muchos miles de personas estas no sean sus últimas Navidades.