Opinión | Tribuna

Cristian Cortés Ruiz

Viernes Santo crevillentino: El llamamiento perenne a un feedback ancestral

El Nazareno en una imagen reciente.

El Nazareno en una imagen reciente. / CristianCortésRuiz

Crevillent se dispone a vivir hoy su jornada más icónica; el día singularísimo en el que se renuevan las antiguas tradiciones que perfilan la idiosincrasia de una ciudad que saborea, canta y se estremece mientras evoca, con manifestaciones de suma belleza, los últimos instantes de la vida terrenal de Jesucristo.

Empleando el lenguaje actual -tan innecesariamente plagado de vocablos y préstamos anglosajones-, bien podríamos definir el Viernes Santo de Crevillent como un feedback (o retroalimentación en la lengua de Cervantes) que nos transporta, en cierto modo, a aquellas modestas, pero profundas procesiones con tanto encanto y teatralidad de herencia barroca.

Reflexionando sobre esta cuestión, me pregunto qué pensarían hoy nuestros ancestros si pudiesen experimentar lo que nosotros vemos, escuchamos, tocamos, degustamos y olfateamos en pleno siglo XXI.

El Nazareno, durante el Viernes Santo crevillentino, en una imagen reciente. | INFORMACIÓN

Viernes Santo crevillentino. / INFORMACION

Aunque en esencia todo resulta similar a lo que ellos configuraron, no puedo evitar cerrar los ojos por unos instantes y sumergirme en aquellas procesiones de principios del siglo pasado, todavía sin Benlliures, ni Pareras, ni Monteverdes, ni Garcías Yúdez. Me resulta sencillo imaginarlo por la conservación de algunas reliquias gráficas que dibujaban un Crevillent palestiniano, luminoso, sin gigantes de hormigón, ladrillo y toscos aluminios, con un telón serrano de escarpada silueta en lontanaza, unos huertos frondosos de airosas palmeras y el alborozo callejero de centenares de transeúntes que, con humildes galas, ascendían y descendían, en fervorosa peregrinación, la pendiente que conduce hasta la explanada del Calvario. Y allí, sin asfalto, ni arbolado, ni fuentes, me siento acariciado por el cálido sol primaveral o me recreo en la contemplación del globo solar incidiendo sobre las encaladas y morunas capillas del Viacrucis.

Hay algo que me agita y lancea el alma. ¿Serán las salzillescas miradas de aquella refulgente Dolorosa y de aquel prodigioso Nazareno que algunos se empeñan en datar en la centuria anterior a sus respectivas hechuras? Mis oídos se abren de par en par para escuchar el marcial redoblar de aquellos alabarderos, ¡concurrida soldadesca! que acompañaban a los pequeños tronos en su ascenso al Gólgota crevillentino. Transido de un fervor sublime, oigo unas voces infantiles que preceden al «Senyó», entonando con timbradas voces un añejo «Miserere». Todo está ya dispuesto para que unos pocos «agarraós» enfrenten a la Madre con el Hijo en expresiva y mutua reverencia mientras miles de gargantas rompen en una unánime y sentida plegaria: ¡MISERICORDIA! Ha finalizado el segundo de los «abrazos» entre la Virgen de los Dolores y su divino Hijo con la cruz a cuestas. ¿Y ahora? Es momento de reponer fuerzas en fraternal camaradería.

El aire todavía prescinde de los efluvios de las variadas «cocas» que, con el tiempo, se irían sumando al tradicional almuerzo de Viernes Santo. Sobre las mesas observo el pa torrat, unos manojos llamativos de habas tiernas y porrones rebosantes del preciado caldo de la vid.

Vaya, pido disculpas a los amigos lectores… Me abstraje demasiado en mi imaginación. Debía responder a la cuestión sobre qué pensarían nuestros antepasados de nuestras expresiones contemporáneas, las del Viernes Santo del 2024.

Seguramente, aquellas gentes celebrarían hoy el lucimiento con el que el Viernes Santo se lleva a cabo en Crevillent. Los elogios serían abundantes hacia las prodigiosas tallas que sucedieron a las primitivas efigies destruidas en la última de nuestras contiendas bélicas. Se asombrarían ante la abundancia y pluralidad de viandas con que hoy en día desarrollamos nuestros típicos almuerzos. Eso sí, no entenderían, quizás, el exceso de bebidas o la presencia de productos cárnicos en estas asambleas.

Se emocionarían, sin duda, escuchando las hermosas polifonías que mecen los pasos durante la procesión de la Muerte de Cristo en la tarde de la jornada crevillentina por antonomasia y, también, contendrían la respiración en el concurrido abrazo de «La Morquera».

No obstante, creo que nos formularían un par de cuestiones desconcertantes: ¿Atendéis realmente a la esencia de este día? ¿Sabríais vivir el Viernes Santo bajo nuestro prisma de fe?

Dejo a los lectores que den su particular respuesta a estos interrogantes que, a mi juicio, nos plantearían aquellos hombres y mujeres que, si bien eran humildes en lo material, poseían una gran riqueza espiritual y, también, un conocimiento innato de lo trascendente y bello que engrandecía, ciertamente, su Semana Mayor.