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Juan Carlos Hererro

El límite de la libertad de expresión

En términos geológicos sería una cueva donde solemos ubicar apariciones o representaciones místicas que acompañan nuestras creencias

Billetes de euro en una caja.

De una sentencia judicial se pueden extraer contenidos para enfocar clases magistrales sobre educación sexual y en valores, siendo más complicado orientar al educando hacia el estudio del derecho por lo difícil que se lo ponemos a los jueces y la redacción jurisprudencial de sus sentencias. Reciente, un juzgado de Málaga condena a una activista por salir en procesión en el año 2013, que ya llovió, reivindicando la propiedad de su parte más íntima exteriorizada en explícito formato ginecológico montado en una peana con palio incluido. En términos geológicos sería una cueva donde solemos ubicar apariciones o representaciones místicas que acompañan nuestras creencias. Más allá del algoritmo doctrinal que judicialmente resuelve Málaga, en Sevilla se absolvió por la misma exhibición, con la diferencia nominal del explícito coño a la metonimia chuminada, que lejos de ser banal fue motivo de sanción. En la primera había subjetividad ilícita, es decir dolo por lo tanto pena, mientras la segunda objetividad. La casación entre una sentencia y otra se resolvería a medio camino en los carnavales de Cádiz, equidistante entre ambas resoluciones y villas. Las chirigotas disculparían cualquier pronunciamiento, particularmente por tener arte, no para hacer el ninot aconchado que reproducía fielmente el órgano a debate, sino para escenificar una protesta contra ley sin hacer daño a los sentimientos ajenos, máxime en lugares donde las creencias están tan arraigadas y puestas en escena. La condena por herir creencias, o sea lograr su objetivo, además de costas apenas si llega a noventa euros que han de abonarse en cómodos plazos de diez, el mismo tiempo de una gestación. Siendo casualidad, es significativo cómo las imprudencias y sus correcciones dominan nuestro subconsciente freudiano.

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