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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

El sueño eterno

Un 14% de ciudadanos se informa a diario en periódicos de papel y el 44% a través de digitales, según un estudio

Si no recuerdo mal debía estar esparciendo un buen manojo de aceradas convicciones en los cursos de la uni de verano de Gandía cuando, al cerrar la carpeta, se vino para casa. Fue la última velada con Alfons Cervera. Ese 2018, y ya en septiembre, estuvimos a punto de reunirnos en Collioure durante el festival del libro donde se ha convertido en un reclamo de primera aprovechando que en el país vecino la cultura es un bien a proteger y que, al igual que en Alemania, sus historias son de lo más apreciadas por lo que ayudan a reconocer las pisadas que nos gastamos. Desde mediados de los ochenta en que empezó a colaborar en el periódico y nos reunimos con los críos en Gestalgar, nos hemos visto con cuentagotas. La penúltima en la que hicimos recuento se remonta siete años atrás en que la copa final quedó interrumpida porque era hora de tirar para al pueblo donde siempre le espera Claudio, el hermano al que no pierde de vista y cuida como si lo hubiera parido.

  Dado que la cautela llama a la puerta en este ciclo maldito, hemos logrado reunir a ambos tras ser depositados en el buzón dentro del libro que, por mucho que no lo tuviera en mente, antes o después tenía que salir a galope de entre las trincheras interiores de un creador que apenas si se da tregua. Lleva «Claudio, mira» aquí con nosotros bastante trecho de reclusión, una narración percibida a cuatros ojos. La gran fuerza del resto de publicaciones estriba en que hablando de los perdedores nunca se da por vencido. Jamás se rinde en la batalla por defender los valores de la dignidad y, de ahí, que resulte implacable con los bandidos. En estos días es también muy recomendable. Para levantar el ánimo suelo meterme un chute con sus artículos en los que tiene el mérito de, a pesar de los pesares o precisamente por ello, no bajar la guardia. Y vaya si te pone a tono.

  De la mano de Claudio es otro cantar. Se desnuda y despliega de forma natural la raíz honda que sostiene a alguien que no ha parado de dar el callo por unos ideales. El tipo duro más tierno que he conocido.

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