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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

El Botànic da positivo

Desunidos. Puig y Oltra han puesto en evidencia graves discrepancias en el Consell esta semana.

Las relaciones entre el presidente y la vicepresidenta de la Generalitat están tan deterioradas, en lo personal y en lo político, que parecen al borde de llegar al punto de no retorno, ese en el que de los reproches se pasa a la ruptura, si no están ya ahí. Entre Ximo Puig y Mónica Oltra no sólo se ha abierto un abismo en lo político, sino que cualquier contacto entre ellos, cuando los hay, que es casi nunca, está enmarcado en la desconfianza. Si fuera verdad que del amor al odio sólo hay un paso, aquellos dos líderes que parecían unos recién casados en la foto con la que se selló el primer pacto de gobierno entre el PSPV y Compromís en 2015 estarían hoy más cerca de lo segundo que de lo primero. En el Palau ya se oye la expresión «gobierno en minoría» más de lo que sería deseable.

El president ha estado esta semana en la Vega Baja, ha comparecido para explicar las nuevas medidas del Consell para atajar la expansión del covid, ha sido el anfitrión de Pedro Sánchez, que escogió la Comunidad Valenciana para comenzar la gira de presentación del plan de recuperación postpandemia... Pero la protagonista indiscutible de los últimos siete días ha sido la vicepresidenta, que no ha dejado pasar jornada sin poner públicamente de relieve sus discrepancias con el Gobierno de la que ella misma es «número dos». Ha mantenido en vilo los presupuestos de la Generalitat, acusando poco menos que de trilero al conseller de Hacienda. Y ha manifestado su rechazo a las medidas que el Consell del que es personalidad destacada está tomando en la lucha contra el virus. No es la primera vez: hace poco más de un mes, en una entrevista, abogó por una remodelación del Consell a la que Puig se niega en aras a mantener la estabilidad en un momento difícil como éste y reconoció que, con la que está cayendo, ella y el presidente apenas habían tenido una reunión a solas desde el inicio del verano, lo que le pareció «normal».

Pero esta vez los cañonazos han sido de un calibre más grueso. Porque después del vodevil de los presupuestos, poner en duda la efectividad de la lucha contra el covid que desarrolla la Generalitat e insinuar que quien se preocupa en este punto de las personas es ella, mientras otros -se supone que en alusión a Puig- están en «otras cosas», y hacerlo todo ello desde su posición, no ya de vicepresidenta, sino de portavoz del Consell, es decir, expresando opiniones de parte cuando se representa al todo, es disparar torpedos contra la línea de flotación del propio gobierno al que pertenece. Y, de paso, declarar la guerra a su presidente. «Siempre voy a defender a la gente más vulnerable (...) porque es lo que me motiva en política. Facilitar la vida a la gente que peor lo pasa. Hay otros perfiles de políticos que les interesan otras cosas». Esa fue, textualmente, la andanada. Queda claro que la figura más crítica a la que se enfrentan Puig y el PSPV es una mujer, pero no se apellida Bonig, sino Oltra. ¿Es legítimo? No, estando dentro del gobierno: no se puede ser al mismo tiempo portavoz del Consell y jefa de la oposición.

¿Por qué esta actuación? Las teorías son varias y complementarias. Algunos creen que Oltra trata de ganar visibilidad en un momento en que su papel está quedando ensombrecido por la propia dinámica de los hechos: es el presidente el que ha tomado el timón de la crisis desde el principio y en el que están puestos todos los focos. Otros piensan que es una derivada más de la fractura que sufre Compromís, cuya dirección ya apenas se reúne formalmente, y de la pugna por el liderazgo de la coalición entre ella misma y el titular de Educación, Vicent Marzà. Por último hay quien ve en los movimientos de Oltra un intento de desviar la atención sobre su propia gestión en las áreas de política social que le tocan, entre las que se encuentran las residencias de la tercera edad, pero también la dependencia, las ayudas a la inclusión... Oltra tiene competencias muy complejas, es cierto; pero también lo es que su manejo viene siendo sistemáticamente censurado por la Sindicatura de Agravios por graves deficiencias.

Por su parte, quienes la defienden desde Compromís - que no son en estos momentos multitud, como demuestra el hecho de que su asonada sobre los presupuestos no ha sido secundada por ningún otro conseller de la coalición- alegan que Oltra tiene derecho a fijar una posición política propia para su grupo dentro del Gobierno porque, además, de no hacerlo así Compromís corre el riesgo de acabar diluyéndose; que el acercamiento del PSPV y Ciudadanos, que tiene en el Parlamento autonómico un escaño más que los de Oltra, es una jugada de largo recorrido para hacer de Compromís una fuerza prescindible y supone una nueva «traición». Y, por encima de ello, que con Puig acaparando el centro izquierda y Unidas Podemos representando el extremo de ese arco político, Compromís necesita más que nunca diferenciarse y aparecer como una fuerza «genuinamente» de izquierdas, que no confraterniza con los empresarios pero tampoco pretende asaltar los cielos, sino bajar a la calle: de ahí lo de que la vicepresidenta se «ocupa de las personas» mientras otros tienen un «perfil» distinto. Puede que todo eso sea cierto, pero también lo es que Oltra vive prisionera de una gran contradicción: si tan crítica es con el Consell del que es vicepresidenta y portavoz, ¿por qué no dimite? Lo que no puede es pasarse el día en misa y repicando, y menos cuando lo que está poniendo en cuestión es algo tan serio como el combate contra la pandemia y las medidas a tomar frente al desastre sanitario, político y social que ya tenemos encima.

Los socialistas, en cualquier caso, no se han quedado parados. No ha habido, de momento, réplica en público por parte del principal interpelado, el president Puig, pero el PSPV ha puesto en marcha la máquina de picar carne. ¿Que Oltra quiere más dinero para su macroconselleria? ¿Y qué ha hecho en cinco años?, preguntan dirigentes socialistas a todo interlocutor con el que se cruzan, para añadir que ha tenido 700 millones de euros que no ha sabido gastar y que el modelo asistencial vigente hoy día en la Comunitat es el mismo que dejaron Cotino y Blasco. ¿Que no está de acuerdo con las restricciones que se han ido imponiendo en las últimas semanas para tratar de aplanar la curva de contagios? ¿Y qué medidas ha tomado ella en las residencias de la tercera edad para evitar que la mortalidad vuelva a dispararse como ocurrió en la primera ola de la pandemia?, inquieren. ¿Que quiere volver a los enclaustramientos? Vale. ¿Y cuáles son las propuestas concretas de gasto que plantea la vicepresidenta para sostener una economía en caída libre y con unos índices de paro que se van a desbocar?, interrogan.

Revueltos, pero no juntos

La cuestión no es en todo caso si Oltra tiene o no razón. Desgraciadamente, es probable que en una o dos semanas haya que volver a los confinamientos totales. Lo grave es que, en medio de la peor crisis de la historia, el Botànic ya no es un gobierno, sino una agregación por defecto de socios mal avenidos. Si hoy hay Botànic II, es decir, si la izquierda fue capaz de renovar gobierno tras los primeros cuatro años, es porque el primer Botànic consiguió mantener un único discurso. Porque sus integrantes lograron presentarse ante los ciudadanos como distintos pero, en el mejor de los sentidos, cómplices. Ahora, sin embargo, lo que trasladan es que no se fían los unos de los otros. Al contrario, viven en permanente estado de guerra fría y a veces, como esta semana ha ocurrido, de guerra abierta.

Los ciudadanos necesitan en estos momentos, más que nada, confianza en sus dirigentes. Es el único clavo al que agarrarse para no caer en brazos de los peores populismos. Pero si, en el asunto más trascendental al que jamás ha tenido que enfrentarse un gobierno, cinco minutos después de que el president anuncie unas medidas , la vicepresidenta las descalifica, ¿entonces cómo van a fiarse de ninguno de ellos? ¿No se debaten las decisiones antes de anunciarlas hasta llegar a un punto común? Lo único que un ciudadano puede esperar si no frenan este espectáculo es que la «número dos» renuncie o el presidente la destituya, aun si eso significa dinamitar este Consell. Sería una irresponsabilidad mayúscula, pero lo que está pasando también lo es. Si el Gobierno de la Generalitat fuera un ser vivo, diríamos que ha perdido el gusto, el olfato y el oremus, o al menos eso es lo que nos ha trasladado esta semana. Así que resulta que el Botànic está enfermo, que ha dado positivo. Urge saber hasta dónde alcanza el contagio: si todo Compromís suscribe la posición de Oltra y su forma de manejar la situación, si Podemos está más cerca de los unos o de los otros... Pero, entre tanto, tendremos que aguantar un gobierno en cuarentena. Lo que nos faltaba.

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