Allá donde hay un piso, casa o chalet «okupado», existe un perro que malvive encerrado o atado, entre el uso y el desuso, el hambre y el olvido.

Hay «Ocupas» con K y con C. Los primeros, los Okupas, se autodefinen como «movimiento social alternativo basado en un mejor reparto de la vivienda». Su objetivo son las casas vacías. Tras localizarlas, se acercan a ellas haciendo bueno aquello de que «el que parte y reparte se lleva la mejor parte» y, así, «patada en puerta», las invaden sin más.

Se les identifica fácilmente. Gustan de pintarrajear las fachadas de los edificios que habitan con eslóganes que, por repetidos, resultan caducos y manidos. No pagan renta, ni luz, ni agua, ni ninguno de esos tributos que, con mucho esfuerzo, pagamos el resto.

Propugnan el reparto equitativo de bienes aunque, si te acercas por sus okupadas viviendas, raramente serás «bienvenido». Lo tuyo y lo suyo es sólo suyo. Ellos son así.

Los segundos, los Ocupas con C, son personas de escasos recursos que, por habitar en pisos gratis, pagan el correspondiente canon a mafias organizadas que actúan bajo demanda. Cuando reciben la reserva, revientan la puerta de la vivienda desocupada.

Ellos tampoco pagan nada. Se enganchan a la luz, al agua, a la comunidad y a los impuestos de todos. Representan el fracaso absoluto de un sistema de ayuda social, incapaz de proveer de vivienda digna a todo el que la necesita.

Sin embargo, hay algo que los primeros y los segundos comparten. La mayoría tienen perros grandes y poderosos, a poder ser de razas consideradas potencialmente peligrosas. No se engañen, no lo hacen por amor a los animales ni porque les gusten especialmente los perros. Todo lo contrario. La mayoría los tienen viviendo atados en balcones o en patios interiores, donde ni los ven ni les molestan.

Si se fijan, raramente los encontrarán jugando con ellos o paseándolos por la calle. No son animales de compañía, son perros de guarda. Sólo correrán sueltos por la vivienda el día en el que un letrado acuda ésta, orden judicial en mano, a echar a los ocupas que la habitan. Esa es su única y triste función, impedir o complicar el desalojo de la misma.

Son pobres animales maltratados, que se juegan la vida guardando casas que, por no ser, ni siquiera son suyas.