Siete de cada diez torres vigía o casas señoriales con más de un siglo de historia en Elche están en manos privadas, aunque menos de la mitad están habitadas por herederos o nuevos propietarios que se vieron seducidos por estas construcciones y las terminaron adquiriendo. El resto no tienen un uso particular y en la mayoría de casos los dueños no han querido hacerse cargo de ellas hasta dejarlas a su suerte, acumulando cada año nuevas grietas y más problemas estructurales.

En el término municipal se registran 12 torres vigía que sirvieron de punto de vigilancia y alerta de incursiones berberiscas sufridas antaño en la zona del litoral, así como torres de corte señorial, algunas con escudo nobiliario, que están declaradas Bien de Interés Cultural, según el catálogo de la Conselleria de Cultura. De ellas sólo tres son públicas, precisamente las que están en el núcleo urbano de la ciudad. Una es La Calahorra que entra en el circuito turístico, después la Torre de Vaíllos, para la que se reclama más promoción, y también la Torre de Ressemblanch que se ha utilizado estos últimos años como oficinas. Por otro lado se encuentra la torre del Monasterio de Nuestra Señora de la Merced, con uso religioso en la actualidad.

Escalinata de madera centenaria en la Torre de San Matías. Antonio Amorós

En las pedanías están el resto de estos patrimonios pero prácticamente el 40% están abandonados y en estado de ruina. El caso más sangrante es el de la Torre de Estaña, en Alzabares, completamente derruida por desentenderse los propietarios. Desde los años ochenta está abandonada esta construcción del siglo XVI para la que la burocracia fue un castigo al demorarse actuar a tiempo. A nivel municipal se le instó varias veces al propietario, que residía en Madrid, que dentro de sus posibilidades reconstruyese el inmueble e incluso se contemplaba que pudiese expropiarse este patrimonio al no haberse protegido a pesar de ser un BIC. A los herederos les llegó una orden de ejecución para rehabilitar la torre pero el representante de la propiedad propuso después incluir la obra en los presupuestos participativos para destinar parte del complejo como bien social de los vecinos. La propuesta no tuvo recorrido.

Torre de la finca centenaria de San Ramón, una de las mejor conservadas del Camp d'Elx Matías Segarra

Los arquitectos Viviana Bey Cabrera y Jesús Cases Navarro elaboraron hace un lustro un completo trabajo de investigación sobre «el mundo secreto de las casas rurales». En él localizaron más de una treintena de torres vigía o casas señoriales que tienen torre y son centenarias, aunque sólo una mínima parte están custodiadas. Según Jesús Cases, el catálogo de bienes protegibles municipal, que data de 1998, deja fuera a muchas torres «y unas tienen protección ambiental que prácticamente no las protege de nada», señala. Según el experto, el hecho de que la mayoría sean propiedades privadas dificulta mucho más el mantenimiento de estos edificios. «El que tiene un poco de cuidado le dedica lo que puede y el que no tiene esos medios hace que se devalúen», apostilla. En muchos casos tampoco se ha respetado la estética original de estas viviendas a pesar de formar parte de un catálogo de bienes protegidos por la Administración. Un caso puede ser el de la Torre de Aznar, en Jubalcoy, que terminó siendo un club de alterne con fachada rosa y corazones en la azotea. Hace cuatro años el Consell ya apuntó que iba a abrir un expediente para comprobar su estado.

Torre vigía de La Cañada, en Torrellano Bajo, una de las construcciones más icónicas pero en estado ruinoso. Matías Segarra

Invisibles

Los expertos además apuntan a que el grueso de estas torres se han quedado ocultas e invisibles lo que ha provocado que haya una ausencia de estudios e investigación profunda sobre ellas, ya que sólo unas pocas están documentadas por instituciones públicas, ya que lo que muchos conocen de ellas es porque lo han leído en portales especializados gracias a los relatos de entendidos en Historia. «Nunca se ha tratado de entender realmente su significado, íntimamente relacionado con la agricultura agrícola del Camp d’Elx», según relataban ambos arquitectos en un artículo de La Rella, anuario de L’Institut d’Estudis Comarcals del Baix Vinalopó.

Expertos en patrimonio determinan que es imposible poner en valor, conservar y proteger este tipo de arquitecturas si se borra la memoria. Y el caso es que es difícil encontrar una de estas construcciones que se mantenga totalmente fiel a sus orígenes. Las que siguen siendo residenciales se han ido adaptando a los tiempos, y otras se han ido reformando alterando toda relación con la antigüedad como puede ser el caso de la Torre de Carrús, deshabitada y sin aparente mantenimiento, así como la Torre de Santa Bárbara, que perdió una de sus alturas. Hay otras construcciones como la Torre de La Cañada que a pesar de ser las más simbólicas de la zona se encuentra en un estado ruinoso.

Desde la Associació per al Desenvolupament Rural del Camp d’Elx (ADR) entienden que administraciones como la local no se han involucrado en promocionar este tipo de patrimonio más alejado del núcleo urbano o en crear rutas que hagan atractivo su mantenimiento. También lamentan que el vigente PGOU no recoja los criterios que deban seguirse a la hora de rehabilitar un patrimonio de este tipo, que está protegido, ni que se hayan habilitado los instrumentos para ayudar a su conservación, según Marga Guilló, coordinadora y técnico de ADR.

Sin fondos ni asesoramiento para preservar

Los propietarios de algunas de estas casas históricas reseñan que el mantenimiento parte única y exclusivamente de ellos. Han intentado buscar vías de financiación para que la administración les ayude a preservar el patrimonio, sin éxito. Desde ADR apuntan que debería haber algún fondo para quién no puede costearse una rehabilitación. De igual forma, entienden desde el colectivo que la administración debería asesorar a los dueños para que sepan cuáles deben ser los criterios de construcción antes de romper con la estética original.

Vivir como en otra época

Los moradores de casas centenarias como la Torre de San Matías o San Ramón aseguran que mantenerlas es costoso pero no se plantean vender por el vínculo familiar que les une a ellas

Quienes viven en casas señoriales de Elche con más de un siglo se debaten entre dos sentimientos: orgullo y temor de no saber si la herencia que le dejarán a sus descendientes será para bien o no. A pesar de que algunas de estas viviendas entran en el catálogo municipal de bienes protegibles no hay una salvaguarda real sobre ellas, las administraciones apenas controlan ni ayudan al mantenimiento y por tanto, el peso recae sobre los dueños.

Maribel Guilló Campello y Vicente Martínez residen en la Torre de San Matías «La Hasiendesica» desde hace cuatro décadas desde que sus antepasados la comprasen antaño. Se estima que esta casa, en la pedanía de Asprillas, fue construida aproximadamente en 1710. Destaca de ella una torre defensiva que servía para vigilar de los posibles ataques de saqueo en la zona. «Cuando llegué aquí a vivir no sabía que tuviese historia, la torre es mucha faena, aquí vivían mis suegros y mi marido antes de casarnos, antes nunca pensé en vivir en una casa tan grande» comenta Maribel. Reseña con una sonrisa que incluso los paseantes han llegado a confundir la finca con una iglesia, «pero aquí no hay misa».

Además, apasionados de la arquitectura han visitado en excursiones durante los últimos años sus estancias atraídos por la torre. Para acceder a la zona más elevada hay que subir por una escalinata centenaria de madera y en forma de caracol, aunque esta parte de la vivienda está inutilizada y los propietarios hacen vida en la primera planta, que reformaron por comodidad.

Maribel y Vicente con parte de su familia observando la finca en la que residen Antonio Amorós

La dificultad para este matrimonio es el mantenimiento de una construcción de tres siglos. «Hemos pagado un permiso para aguantarla por fuera, se está cayendo a trozos el material de la pared», asevera esta residente a la que le hubiese gustado reformar por completo la finca, pero lo ven inviable económicamente. A pesar de los quebraderos de cabeza, este matrimonio deshecha la idea de vender la vivienda porque es un símbolo familiar. «Una casa más normal da menos faena pero ya me gusta, son 42 años aquí, estoy acostumbrada», apunta Maribel.

Ramón Peral López pasa gran parte del día en la finca familiar y con ilusión mantiene la Torre de San Ramón, una refinada casa de Alzabares que construyó su bisabuelo, el reconocido banquero Manuel Peral, a finales del siglo XIX para proteger a sus cuatro hijos de una epidemia que azotó la ciudad, según recuerda este ilicitano. La estética prácticamente se mantiene por dentro y fuera aunque ya rehabilitaron las fachadas y se atajaron más deficiencias para contrarrestar el desgaste del tiempo. «Creíamos que era necesario para mantener la propiedad con la misma dignidad. Me he sacrificado por ella porque es parte de mi vida, tiene un gran significado, son recuerdos de la familia», apostilla. Ramón Peral, uno de sus hijos, reseña que están restaurando parte de la finca para que entre los hermanos y las próximas generaciones puedan disfrutarla.

Estado reciente de la Torre de San Ramón, finca en la que siempre hay familiares custodiándola. Índigo Rodes

De igual manera, como particulares les gustaría que las administraciones se involucrasen más y que por ejemplo facilitasen asesoramiento para que al menos los propietarios sepan qué líneas seguir a la hora de que se acometa una reforma en estas construcciones, catalogadas como edificios singulares, sin que se pierda la estética original, para asegurar un patrimonio fiel a sus orígenes.