Estos días se ha rendido un más que merecido homenaje a D. Joaquín Arias con motivo del primer aniversario de su fallecimiento y al hilo de la decisión del Ayuntamiento de Alicante, acertada, de dedicar una calle a su memoria. También se ha presentado en InformaciónTV el libro «Manuel Peláez Castillo: Los empresarios familiares en España». Por tanto, hemos recordado a otro gran empresario que desarrolló su actividad en nuestra tierra y tanto nos aportó a todos (y lo sigue haciendo de alguna manera), D. Manuel Peláez Castillo. Y cómo no mencionar a Doña Francisca Bonmatí Sempere, que también nos dejó hace unas semanas. En mi querida Vega Baja quiero poner en valor a los ilustres empresarios recientemente fallecidos D. Joaquín Perales y a D. José Rubio Perona. Y cómo no, y pese al tiempo de su pérdida, a mi querido y añorado D. José Luis Serna Almodóvar, del que tanto aprendí.

Y sobre la empresa familiar he querido reflexionar acerca de las enormes dificultades, con relación al gobierno y sucesión de dichas empresas, a las que se enfrentan los empresarios y empresarias pioneros y creadores de grandes grupos empresariales, al igual que sus hijos, la segunda generación. Para entender la relevancia de la empresa familiar, y tal y como indicó la presidenta de AEFA, Maite Antón, durante el 25 aniversario de la creación de la asociación en Alicante, más del 92% de las empresas de la provincia de Alicante son familiares. Estas empresas contribuyen con un 77% al PIB nacional y generan el 85% del empleo privado en este territorio. Ahí es nada.

Los pioneros en la generación de las empresas familiares exitosas son personas brillantes. Tienen elementos que los hacen ser diferentes y destacar por encima de la media en su sector. Suelen ser personas humildes que, desde prácticamente cero, inician la actividad empresarial. Tienen una gran capacidad de trabajo. «De sol a sol». Y esto les lleva, paradójicamente, a restar tiempo de su vida personal y familiar a cambio de generar una compañía que, precisamente, dé estabilidad económica, en primer lugar, a los suyos, pero, en segundo lugar, cuidando a los que también consideran suyos, los trabajadores y empleados. Tras los albores de la creación de la empresa se produce una fase de crecimiento, en algunos casos, exponencial. En este segundo momento el empresario familiar se rodea de personas con una capacidad superior a la suya propia en muchas áreas de la empresa. Es precisamente su visión acerca del negocio y de lo que debe implementar en el mismo lo que les lleva a rodearse de los mejores trabajadores y profesionales.

A partir de aquí se produce la eclosión de sus compañías, que comienzan a destacar en su sector y producen riqueza y bienestar a la sociedad a través de la generación de empleo. El pionero en la empresa familiar no se queda ahí. En los mismos abunda un sentimiento de solidaridad, de necesidad diría yo, de ayuda a los demás y comienzan a devolver a su entorno y a la sociedad, mucho más allá de lo que estarían obligados, parte de los beneficios que obtienen en sus mercantiles. Y lo hacen de formas muy diversas, desde la generación de fundaciones que encauzan esos beneficios a terceros o desde el más absoluto anonimato. Todas las fórmulas son válidas para alcanzar el objetivo de ayudar a los demás. Y es en el ejercicio de esa solidaridad, en ese ejemplo de generosidad, donde encuentran un punto de felicidad, de sosiego, de paz.

En ese momento de madurez, de empresas consolidadas y en pleno funcionamiento, los pioneros de la empresa familiar van viendo crecer a sus hijas e hijos. Hasta el punto de que llega el momento en que, por edad y por situación personal, se pueden incorporar a las empresas. Llega la segunda generación.

Y es en esta incorporación donde se analiza, en muchas ocasiones, solo aquella parte que afecta al fundador de la empresa, pero no tanto las controversias y dificultades a las que se enfrenta esta segunda generación.

El fundador de la empresa quiere lo mejor para la empresa, pero de igual manera quiere lo mejor para sus hijos que pretenden incorporarse a la compañía. En ocasiones este encaje se produce de manera cuasi natural, fácil, pues la persona que se incorpora reúne las condiciones necesarias para desarrollar su labor en la empresa, en uno u otro puesto de trabajo, con mayor o menor responsabilidad. En el caso contrario, cuando no existen las cualidades necesarias, el progenitor, el padre de ambas criaturas (empresa e hijos) debe decidir si perjudicar a la empresa incorporando a una persona (en este caso, hijo o hija) que no reúne las condiciones del puesto o bien apartar de la compañía a su descendencia.

Esta última decisión beneficia a todos, pues la empresa continúa con los mejores trabajadores y/o directivos y el hijo que no tiene cualidades para acceder a la empresa será propietario, en el futuro, de una compañía con valor económico.

Dicho esto, debemos cambiar el punto de vista, en el ámbito cinematográfico, «cambiar de plano» para entender a la segunda generación. La misma ha visto cómo su progenitor es un empresario de éxito que ha sido capaz de generar empresa. Admiran a sus padres. Ellos también han sacrificado el tiempo con sus padres a cambio de bienestar, en muchos casos. Y se enfrentan a un reto impresionante, demostrar a los demás, a su padreo madre, pero sobre todo a ellos mismos, que son capaces de desempeñar, con éxito, la difícil tarea de no solo mantener, sino de mejorar aquello que ha desarrollado la primera generación. Y no olvidemos que eso es tanto como ser mejor que tu héroe. Porque ven a sus padres como auténticos dioses, capaces de todo. ¿No es tarea fácil verdad? Pero, con esfuerzo y tesón, lo conseguirán.

En definitiva, me viene a la mente el claim «#échale valor» que mi coetánea, paisana y concejala de Igualdad del Ayuntamiento de Los Montesinos, Doña Ana Juárez, ha creado para la campaña de este año contra la violencia de género. Tanto la primera como la segunda generación de la empresa familiar lo tienen.