Los datos de incidencia del coronavirus, su mortalidad y la ocupación de camas UCI están siendo motivo de preocupación las últimas semanas.

Sin embargo, el descenso relativo en los datos de gran parte de las comunidades y el anuncio de la disponibilidad de vacunas próximamente nos hacen ver la luz al final del túnel: está más cerca el control del virus.

Pese a esto, la irrupción del COVID-19 ha sido totalmente destructiva para diferentes ámbitos de nuestra vida: el económico, el social, el sanitario pero también el ámbito psicológico. Mucho he escrito en esta sección sobre la «cuarta ola» del coronavirus, que no es ni más ni menos que los efectos en la salud mental que va a dejar en una parte de la población. Estos efectos desgraciadamente no se resolverán con una vacuna, y tendrán impacto durante un tiempo más prolongado que el que el propio virus haya estado entre nosotros.

Si pensamos en nuestros niños y adolescentes, podemos ver cómo el coronavirus ha provocado unos cambios radicales en su modo de vida, en cómo aprenden y en cómo se relacionan o en qué destinan su tiempo libre. La ausencia prolongada de la escuela se ha sumado a la dificultad de mantener sus relaciones sociales; muchos no han podido continuar realizando actividades deportivas y de ocio y las han sustituido por tiempo delante de pantallas. Estar día a día siendo bombardeados por información sobre el virus no hace más que aumentar el miedo y la ansiedad a que algo malo ocurra.

Ya que la llegada del coronavirus fue algo inesperado, fue imposible para los profesionales de la psicología infantil poder diseñar estrategias para prevenir que estos cambios afectaran a la salud emocional de los niños. Sin embargo, la capacidad que tienen algunos niños de manejar las situaciones negativas está influida, entre otras cosas, por el aprendizaje previo de estrategias de afrontamiento. Estas estrategias pueden aprenderse en la familia, a través del modelado de adultos pero también en la escuela. ¿Enseñar a los niños estrategias de afrontamiento de situaciones negativas hubiera ayudado a reducir todos los problemas que nos estamos encontrando?

Un estudio publicado recientemente por el grupo Aitana de la UMH ha hallado que existen diferencias en el impacto psicológico de la pandemia entre los niños. En concreto, aquellos niños que previamente habían participado en un programa llamado Super Skills y adaptado por el propio grupo Aitana mostraron menores síntomas emocionales, mejor estado de ánimo y durmieron mejor que los que no recibieron el programa. Super Skills enseña a hacer frente a los problemas emocionales enseñando habilidades a los niños para manejar situaciones estresantes que pueden ocurre en la vida diaria: técnicas de relajación, reestructuración de pensamientos, capacidad de resolución de problemas y habilidades de comunicación son algunas de las estrategias que Super Skills aporta a los niños que participan en él.

Dicen que de esta crisis vamos a salir más fuertes, que vamos a aprender mucho de lo que nos ha ocurrido y que vamos a poner los medios para poder manejar mejor otra situación similar que pudiera ocurrir. En lo que tiene que ver con la salud emocional de nuestros niños y jóvenes, la mayor lección que tenemos que sacar es que necesitamos darle la importancia que se merece a la educación emocional y el aprendizaje de habilidades y fortalezas psicológicas. Éste será un aprendizaje muy valioso, que acompañará al niño durante toda su vida y le ayudará a manejar situaciones sociales, escolares y personales con éxito. Educar a niños fuertes psicológicamente debe ser un objetivo para aquellos que diseñan las políticas educativas, haciéndolo de una manera rigurosa y basada en lo que la ciencia nos indica y trabajando por incluir estos aprendizajes en el currículo escolar.

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