El «boom» hotelero de Benidorm desde los años 60 del siglo pasado no solo vino acompañado de una profunda transformación de aquel pequeño pueblo de hombres del mar. También trajo consigo la llegada de turistas de todos los rincones de Europa o la normalización en sus calles del uso del biquini cuando media España seguía aún sin quitarse el sayo. Con ellos llegó la felicidad: la de quienes aterrizaban en sus esperadas vacaciones tras un año partiéndose el lomo; la de quienes habían nacido o se habían asentado en el municipio, llegados desde cualquier punto de España, para prosperar entre restaurantes de menús y salas de fiesta con tubos de neón. Hasta hace muy poco, Benidorm fue la ciudad que nunca dormía. Pero todo ha cambiado desde el pasado marzo.

Aquella alegría ha sido sustituida por un «Qué pena», la expresión más repetida ahora entre muchos ciudadanos cuando salen a dar un paseo por las zonas más céntricas y observan el paisaje que ha dejado el nuevo coronavirus en la trama urbana.

El hervidero que antes fueron las calles se ha sustituido por un silencio casi sepulcral a cualquier hora del día. Porque la falta de turistas y de desplazamientos por ocio o trabajo debido a las restricciones por la pandemia de covid-19, así como el temor de la población a exponerse a situaciones que puedan desembocar en un contagio, ha vaciado casi por completo céntricas vías como el Passeig de la Carretera, Gambo, Ruzafa, Martínez Alejos o Santo Domingo -popularmente conocida como «la calle de los vascos»-; los paseos marítimos; o las principales arterias, como Mediterráneo, Europa, Jaime I y las entrañas de la «zona guiri».

En la avenida de Filipinas, con numerosos hoteles cerrados, ni pasea la gente ni aparcan los coches. A la derecha, el Paseo de Levante, a media mañana de un día cualquiera. | DAVID REVENGA

Viaje al Benidorm vaciado

Los números hablan por sí solos. Según datos que maneja el Ayuntamiento basados en conceptos como el consumo de agua o la recogida de residuos, la población que actualmente está residiendo en Benidorm se sitúa en torno a 120.000 personas, entre ciudadanos empadronados -algo menos de 70.000- y segundas residencias. La cifra supone casi la mitad de las registradas en el mes de noviembre del pasado año y un número prácticamente insignificante si tenemos en cuenta que en los momentos de máxima ocupación de la etapa «pre-covid» Benidorm fue capaz de albergar a la vez a más de 300.000 almas. Otro ejemplo: sin turistas internacionales y sin Imserso, los principales mercados de invierno, sólo diez de los 150 hoteles de la ciudad permanecen abiertos. O, dicho en otras palabras, poco más de 3.100 de las 40.000 camas disponibles para alojar turistas. Pero es que además, los establecimientos que están operativos trabajan con ocupaciones que no cubren ni el 20% de su capacidad total.

Lo mismo por lo que respecta a los apartamentos turísticos o con quienes antes llegaban para pasar el día a Benidorm haciendo turismo o por motivos de trabajo y después regresaba a sus lugares de origen.

Desplome

Según el INE, los desplazamientos en la ciudad han caído un tercio con respecto a noviembre de 2019. En cifras: el casco antiguo benidormense recibió la llegada de 5.812 personas diarias de media entre semana hace ahora un año, mientras que en el escenario covid la cifra de visitantes en un día cualquiera, por ejemplo el pasado 18, es de 2.254 personas. La tendencia es aún más acusada los fines de semana: el domingo 24 de noviembre de 2019, el casco antiguo de Benidorm recibió 8.781 visitantes y 14.057 la zona de la playa de Levante; el 15 de noviembre de este año , las cifras fueron, respectivamente, de 1.387 y 3.074 personas. Y todo ello se traduce, lógicamente, en cierres masivos de bares, restaurantes, comercios,...

En la ciudad confían en que todo pase. Pronto. Pero lanzan un aviso: «Benidorm ha resistido todas las crisis mejor que otros lugares, pero nunca habíamos vivido algo igual, un vaciado tan bestia. Veremos si puede también con ésta».