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Análisis

La Sanidad enferma

El sistema de salud está reventando por las costuras y ni la pandemia ni los recortes introducidos por el PP lo justifican todo. El Gobierno del Botànic lleva cinco años ejerciendo sin tomar medidas

Barracones sanitarios. El Consell ha instalado casetas prefabricadas en el Centro de Salud de Florida Babel de Alicante para atender casos de covid.

A propósito del primer cara a cara (y ya veremos si el último) entre Donald Trump y Joe Biden de la campaña electoral norteamericana, Amanda Taub publicó esta semana en la versión española del The New York Times un entretenido artículo sobre los efectos de la aplicación a la política de una vieja estrategia comercial, la de la tostadora.

Usted acude a la tienda para comprar una máquina de tostar pan. Al llegar a la zona de pequeños electrodomésticos, se encuentra en un estante muy destacado una tostadora dotada con los últimos avances en tecnología (wiffi, bluetooth, una aplicación que se descarga en el móvil y desde la que puede poner en marcha el cacharro sin salir de la cama...). Cuesta 300 euros. Es una pasada, pero no piensa gastarse tanto dinero sólo para hacerse unas tostadas, así que sigue avanzando, pasa por delante de otra que permite calentar al mismo tiempo rebanadas de pan de distintos tamaños pero vale 100 euros y, al final, encuentra lo que buscaba: la tostadora de toda la vida, dos ranuras y ninguna complicación. La compra y se marcha feliz a casa: ha sabido resistirse a todas las tentaciones, ha conseguido vencer a los perversos cerebritos del mercado sorteando sus aviesas trampas y se lleva el aparato que realmente necesitaba por sólo 75 euros. Bien hecho.

La mayoría se quedará ahí. Pero a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, algunos empezarán a reconcomerse: ¿de verdad gasté 75 euros en una simple tostadora? ¿Y me pareció una buena operación? ¿En serio?

En realidad, como recuerda de forma jocosa la columnista del Times, usted ha picado en un simple pero efectivo truco de marketing que consiste en anclar en su subconsciente una referencia inicial que a partir de ahí actuará como fiel de la balanza a la hora de evaluar lo que le presenten. Poniéndole por delante una tostadora de 300 euros, la de 75 acabó pareciéndole barata. El comercio no pretendía vender la de 300: el negocio estaba en que aceptara pagar los 75 por algo que no los valía.

La Sanidad valenciana -igual que la del resto del país- se ha visto enormemente tensionada con la pandemia del covid 19. Pero el virus no sólo ha saturado en determinados momentos los hospitales, desbordado las UCIS y provocado muertes. También ha puesto en evidencia los graves problemas que el sistema arrastraba. Como ya escribí hace meses, creíamos que teníamos la mejor Sanidad del mundo porque habíamos confundido universalidad -uno de los valores más importantes, sin ninguna duda, de nuestro sistema- con calidad y, sobre todo, con eficacia. Un error. Lo primero no tiene nada que ver con lo segundo y mucho menos con lo tercero. Pero, de forma premeditada o no, tengo la impresión de que el discurso oficial, en lugar de prepararse para acometer las reformas en profundidad que se necesitan, ha optado por aplicar la estrategia de la tostadora. Nos ponen como referencia la gestión hecha en los últimos años por el PP, la de los recortes y las privatizaciones, que cualquiera, y más en estos tiempos, rechaza, para que en comparación consideremos aceptable una atención sanitaria que cada día se demuestra más deficitaria. Y eso lo hace, en la Comunitat Valenciana, un gobierno que, después de cinco años de ejercicio, sigue presentándose como si fuera nuevo, como si hubiera llegado ayer. No. La Sanidad valenciana está mal. Y es cierto que los recortes aplicados por los gobiernos del PP sobre todo a partir de 2008 hicieron mucho daño. Pero habrá que empezar a preguntarse qué ha hecho el Botànic desde 2015 hasta aquí y, sobre todo, qué piensa hacer a partir de ahora. No me digan que la tostadora no funciona porque la rompieron otros. Díganme qué están haciendo para repararla.

Colapso en atención primaria

Existe la percepción generalizada de que la gestión de la pandemia, también en términos sanitarios, ha sido más efectiva aquí que en otros territorios. Que el Consell, aun con muchos problemas, lo ha hecho mejor en este asunto capital que el Gobierno central o los gobiernos de otras autonomías. Pero si ya era urgente tomar medidas de calado en el ámbito sanitario antes de que el virus se enseñoreara de todo, ahora lo es aún más. Las listas de espera se han disparado en todas las patologías, incluidas las más graves, aquellas donde los días de demora ponen en riesgo vidas. Y la atención primaria, la verdadera clave de bóveda de todo el edificio, ha colapsado. Conseguir una cita, por supuesto no presencial, sino telefónica, con el médico de cabecera, es una epopeya en estos momentos. Eso produce, entre otras cosas, una gran inseguridad, carece de justificación (la pandemia, por sí misma, no lo explica todo) y tiene mucho que ver con una pésima organización, que infrautiliza recursos mientras sobrecarga de forma irracional otros.

La semana pasada mencionaba en estas páginas al diputado del PP José Juan Zaplana, que criticó en las Cortes a la consellera de Sanidad, Ana Barceló, por la saturación de un centro de salud que estaba en Fuenlabrada, aunque se llamara Alicante. Pero esa metedura de pata no resta un ápice de razón al parlamentario alicantino (por cierto, el único que en la oposición sigue los temas sanitarios) cuando denuncia, por ejemplo, que los reinos de Taifas en que se han convertido los distritos en que se ha fragmentado la estructura sanitaria están acabando por conculcar los derechos de los ciudadanos, que reciben un trato distinto según la zona que les haya caído en suerte: puedes pertenecer a una donde los centros de salud abran por las tardes o caer en otra donde no lo hagan, con lo que pagarás los mismos impuestos pero tendrás una peor atención. O el ejemplo visto esta semana, donde en Alicante el distrito dependiente del Hospital de Sant Joan se ha dirigido a los ayuntamientos para pedirles la cesión de locales en los que llevar a cabo la vacunación contra la gripe, locales que ha conseguido, mientras que el que cuelga del Hospital General se ha puesto a montar barracones sin encomendarse a dios ni al diablo. ¿Cada gerente, en cada demarcación, hace lo que le da la gana? ¿Y, entonces, para qué hay unos servicios territoriales con una directora al frente?

El president Puig parece ser consciente del problema. Lo que no está claro es que sepa cómo arreglarlo. En el debate de Política General celebrado la pasada semana en las Cortes el jefe del Consell anunció varias medidas: conceder una paga extraordinaria a los sanitarios por el esfuerzo desarrollado durante la primera ola de la pandemia, nombrar una comisionada de atención primaria y crear el Servei Valencià de Salut.

La paga está bien. Y sin duda es merecida en muchos casos, aunque no sé si en todos: hay servicios cuyo personal ha hecho jornadas extenuantes y se ha jugado literalmente la vida; pero también hay otros que, precisamente debido a la pandemia, han visto reducida su actividad casi a cero y han tenido la fortuna de no verse sometidos al mismo grado de exposición. En todo caso, seguramente muchos profesionales preferirían que el dinero se destinara a preparar un buen plan organizativo para las siguientes olas que, si no hay vacuna, tendrán que venir.

La comisionada para la transformación de la atención primaria también puede ser una buena opción, ¿por qué no? Pero la pregunta es: ¿qué mando va a tener? ¿Qué capacidad para ejecutar sus propuestas? ¿Qué presupuesto?

En cuanto a la creación del Servicio Valenciano de Salud, seguramente el president quiso decir recreación, puesto que funcionó hasta 2013. Probablemente muchos de ustedes recuerdan aquellas siglas: SVS. Lo mismo quedan todavía en algún almacén carteles y batas rotulados con esas iniciales, y eso que nos ahorramos. Tenemos una conselleria (la más complicada de gestionar y la que más recursos necesita) que tiene al frente una titular y cuenta con una subsecretaría, dos (o tres, últimamente me he perdido) secretarías autonómicas mestizadas y un montón de direcciones generales. ¿No funcionan? Ordénense. ¿No se hablan ni son capaces de coordinarse quienes ocupan los cargos? Cámbienlos. Pero duplicar estructuras, para tapar con la nueva los fallos de la preexistente, no parece una solución razonable en los tiempos que corren.

Desafío para el Botànic

Los miembros del Botànic han estado reunidos este fin de semana, sin que haya trascendido si escoger como lugar de recogimiento Cofrentes, al lado de la central nuclear, ha sido un aviso para navegantes o un alarde de humor negro. Esperemos que el encuentro haya servido a las tres fuerzas coaligadas para establecer prioridades y unificar estrategias. Porque el espectáculo que últimamente se están empeñando en dar resulta poco edificante. La última, justo antes de irse de weekend, ha sido la propuesta de reforma fiscal formulada en las Cortes por Compromís con el aplauso de Unidas Podemos y sin previo aviso al PSOE para que, según la argumentada exposición de la vicepresidenta Oltra, «paguen más los que más tienen». Claro. Faltaría más. La sorpresa, siguiendo el discurso de la vicepresidenta, es que eso no sea lo que ocurra ahora a pesar de que Compromís lleva un lustro en el Gobierno. ¿A qué se han dedicado todo este tiempo? ¿A permitir que pagaran más los que menos tenían? Pues vaya pan como unas hostias.

El Botànic tiene que hacer frente al mayor desafío económico y social que ningún gobierno desde la aprobación del primer Estatuto se ha encontrado. Y además tiene un enfermo encima de la mesa, que se llama Sanidad, y que necesita una intervención decidida y sin dilación, sin que los estropicios que se cometieran en el pasado sirvan de excusa para no actuar ahora. Resulta preocupante que, en una situación así, algunos de nuestros dirigentes políticos sigan mostrándose incapaces de asumir que llevan ya mucho tiempo en el gobierno y continúen comportándose como si estuvieran en la oposición. Volver a plantear, con la que está cayendo, la tasa turística, como han hecho también esta semana Compromís y Unidas Podemos dentro de esa «reforma fiscal» anunciada sólo para conseguir titulares low cost, y creerse que eso es gobernar, es no estar en este mundo, que para la mayoría de la población se ha vuelto tan difícil. Ya ven: uno esperando encontrar en esta hora comprometida líderes con fundamento y resulta que en cuanto te descuidas te topas con unos frívolos jugando con tostadoras.

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